¿De dónde vienen los bebés?

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Cuando estaba en tercero de primaria una maestra sin preparación respondió a uno de mis compañeros la pregunta “¿De dónde vienen los bebés?” de la manera más inapropiada que se le podía ocurrir a un adulto ante niños de ocho años. En los noventas.

Evidentemente, mi compañero conocía la respuesta, pero quería poner en evidencia al adulto en la habitación. La maestra Catalina, era una jovencita que apenas se había graduado del bachillerato pero que conocía a la directora. Ah, México. La maestra se puso del color de la manzana que alguien dejó estereotípicamente más temprano en su escritorio, cubrió su cara y procedió a utilizar palabras como “pajarito” y “casita”, con voz temblorosa. Sin ninguna experiencia previa al tema de la sexualidad, me asusté de una manera impresionante.
Tuve miedo al tema por el resto de mi infancia. La sola cuestión me provocaba una ansiedad terrible y toparme con algo remotamente implicatorio ante ello me hacía sentir culpable hasta la médula.

Ya en la secundaria, un profesor bigotón que no duró mucho tiempo en la institución por razones desconocidas, nos habló sobre la masturbación. Esa actividad terrible que practicaban las personas pecadoras que arderían en el infierno por dejarse tocar por los demonios. Nos explicó cómo algunas personas utilizaban incluso objetos con la finalidad de conseguir placer sexual y explorar sus cuerpos. Qué terrible. Nos dio unos trípticos que explicaban dónde encontrar a Dios y dónde dejar el sentido común.

El impacto que tiene la educación sexual en la vida de una persona puede llegar a causar tragedias que parecerían inexplicables pero que, si se analizan a fondo, conllevan a un daño psicológico importantísimo. Por eso no es tan importante saber de dónde vienen los bebés, sino a dónde van.

Cuando tuve la madurez y la velocidad de internet necesarias, decidí explorar un poco. Leí artículos sobre sexualidad por mi cuenta y descubrí que las cosas que sentía eran parte de mi desarrollo y que la sexualidad es más común que el mal servicio de McDonalds. Pasé entonces a leer sobre masturbación. La simple palabra provoca aún un miedo fantasma en alguna parte de mi mente. Suena como a un monstruo que además está deforme y es malvado: mas-tur-ba-ciorrrghajshrmn. La verdad es que muy rápido descubrí que no hay nada de malvado en ello.

Se castiga y se reprime la autoexploración por razones que, honestamente, carecen de explicación lógica. Por el contrario, se debería inculcar la cultura de la autoexploración tanto en niños como en niñas a determinada edad como parte de la educación sexual. El placer no es ningún secreto y no debería estar prohibido y debemos dejar de condenarlo como si lo fuera.

Una educación sexual que incluyera el respeto, la higiene, la comunicación y una información completa sobre reproducción, resolvería muchísimos de los problemas que presenta actualmente nuestra sociedad. Y es gratis. De igual manera, los estímulos sexuales deberían tener una dirección apropiada. Sentir culpa por sentir excitación sexual es residuo de dicha mala educación temprana.

Ya es momento de dejar de escudarnos en basura literaria al estilo de las 50 sombras de tristeza y opresión disfrazadas de erotismo y educarnos en el tema. La popularidad de esta obra pone en evidencia la represión sexual en la gente que requiere de la aprobación social para aceptar que tiene deseos sexuales. Ya es 2015, quizá aún no tenemos tablas flotantes, pero tenemos una variedad de erotismo increíble en la comodidad de nuestra computadora. Solo hace falta un buen criterio al elegir un sitio que ofrezca calidad tanto a sus empleados como a sus consumidores. Cierto sitio popular en la red incluso prometió sembrar un árbol por cada 100 reproducciones de video.

Así que por mi parte, en lugar de gastarme mi quincena en una mala producción cinematográfica basada en una novela que promueve la violencia interfamiliar, voy a reforestar el planeta.

Publicado en: Omnia Noticias

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