La importancia también importa

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Un día, en una reunión del trabajo, analizamos el organigrama y mi jefe nos explicó como cada pieza es importante para que una compañía funcione. Y es verdad. Si en la sociedad todos comprendiéramos la importancia de nuestro papel y cómo este es necesario para que la sociedad no se venga abajo, la sociedad no se estaría viniendo abajo. “Todos son importantes, pero nadie es indispensable”, decía mi maestro de teatro.

Conozco a más personas que no se consideran importantes de las que debería. ¿Qué los llevó a la conclusión, principalmente, de que no lo son?

Como hace unos días, cuando pasaba junto a un semáforo que no estaba funcionando, por lo que había dos agentes de tránsito arriesgando su vida en hora pico de la tarde, en la oscuridad, dirigiendo el paso del tráfico. “Qué horror”, me dijo mi mejor amigo. “¿Ser ellos?”, le pregunté. “Pues, tener que ser cualquier servidor público”, me respondió. Pensé en el título: “servidor público”. Le dije a mi amigo que quizá es un trabajo terrible, pero ojalá que a ellos les guste, pues si lo pensamos, nadie más se tomaría la molestia de hacerlo y el caos sería inevitable en un caso como ese. A pesar de que mi amigo no lo dijo de manera despectiva, sino haciendo referencia a aceptar una forma de vida considerada “conformista”, entiendo lo que representa ser considerado inferior en la vida profesional a causa de tus propias decisiones.

Cuando comencé mis estudios como maestra de primaria, mis compañeros que estaban estudiando medicina o alguna ingeniería se burlaban de la simpleza de mis materias y no se mordían la lengua para expresar lo sorprendidos que estaban de que hubiera decidido ser una “simple maestra de escuela”. Si bien no es mi carrera predilecta, lo que representa en sí conlleva una importancia que nuestra sociedad se ha encargado de deshonrar hasta el suelo. Culpo en parte al magisterio y su poco criterio en el momento de preparar futuros docentes. Sin embargo, de no ser por una maestra de escuela yo no podía estar escribiendo esto y ustedes no lo podrían estar leyendo.

Dejamos de ser importantes tan pronto como Antoine de Saint-Exupéry dejó de ser pintor. 

Pasa con todos los cargos públicos. El gobierno a maleado tanto los cargos que da a sus empleados, que entre la corrupción, el nepotismo y la mediocridad, se han perdido los principios y el verdadero significado de “servicio”. ¿Cuál era originalmente la labor de nuestros gobernantes? ¿Alguien recuerda? ¿No? Eso pensé.

He de aceptar que nunca he sido una persona humilde. Siempre me he interesado por el bien común, la justicia y la igualdad, pero al hablar individualmente, he tenido dificultad para desarrollar mi humildad. En mi propia casa me pidieron e instruyeron todo lo posible para convertirme en una persona más humilde. Sin embargo, en un punto se malinterpreta la humildad con la sumisión y se desata el caos. Para compensar, me gusta ponerme en los zapatos de los demás todo lo que me sea posible. Me gusta descifrar e interpretar a las personas para poder comprenderlas y actuar a consecuencia para demostrarles que también son importantes.

Crecemos con la cultura pop diciéndonos que somos especiales, todos, de alguna manera. Para que luego lleguen personas que fallaron en la vida a recordarnos que en realidad no lo somos y que solo unos cuántos (nunca nosotros) pueden si quiera aspirar a ser más de lo que les corresponde. Y les creemos.

Dejamos de ser importantes tan pronto como Antoine de Saint-Exupéry dejó de ser pintor. Crecemos predispuestos a ser “uno más del montón”. Ya estamos cansados, aburridos e inconformes sin si quiera haber intentado no estarlo.

Por otro lado, aquellos que carecen de humildad y además de las ganas de desarrollarla, caen en un círculo vicioso y muy vulnerable a ceder ante el “poder”, pues el concepto que se tiene del mismo se convierte en su definición y olvidan que son también piezas de una maquina gigante que no funcionaría sin ellos tanto como no lo haría sin cualquier otro engrane. Les queda muy claro que son importantes, pero olvidan que no son indispensables. Al final del día, también están cansados, aburridos e inconformes.

Es cuando aprendemos a reconocernos como parte de un equipo, por mucho que nos moleste hacerlo, que somos parte de una sociedad. Una sociedad que no funciona debido a tantas personas que se olvidan de que son importantes y tantas otras que se olvidan de que no son indispensables. Quizá nos otorgaron una pieza que no elegimos ser en esta enorme máquina, en cuyo caso deberíamos buscar nuestro lugar, porque si no engranamos correctamente, todo apunta a que la máquina se venga abajo en pedacitos.

Debemos entender que para que cualquier cosa funcione, tiene que sentirse bien. Nada que nos inconforme va a ser funcional porque ya de base no lo es. Por eso no es mentira que todos somos especiales, es sólo cuestión de encontrar el lugar en el que lo somos. Porque como dijo Doctor Who “En novecientos años de viajar entre el tiempo y el espacio, jamás he conocido a nadie que no sea importante”.

Y tampoco yo.
Impreso en: La Crónica de Hoy

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