La sonrisa de los payasos tristes

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Hay días en los que simplemente la sonrisa decide quedarse en casa a dormir. No parece haber razón para estar feliz y mucho menos para fingir estarlo. Cuando trabajaba en un café, tenía que sonreír todo el día a los clientes como una cortesía de servicio. Y no voy a mentir, es cierto que fingir una sonrisa nos lleva, paulatinamente, a creer que estamos felices. No era hasta que llegaba a casa a llorar por horas que me daba cuenta de que, de hecho, no me había sentido feliz en mucho tiempo. La infelicidad es un tema tan tabú, que lo evitamos a toda costa. Respondemos que estamos “bien” cuando nos preguntan qué nos pasa porque sabemos que no queremos meternos en el problema que implica explicar una sensación que a veces ni nosotros mismos comprendemos, además las posibilidades de que a la otra persona no le interese escuchar nuestra respuesta real son altísimas. Lo cierto es que todos preguntamos “¿Cómo estás?” como simple cortesía, pues sabemos que la respuesta siempre será “bien”.

Por otro lado, es considerado grosero no sonreír, lo cuál es ridículo. Lo que sentimos y cómo elegimos expresarlo o no hacerlo, no tiene por qué incumbirle a los demás. Es muy común ir caminando por la calle, pensando en el mundo que es nuestra cabeza, cuando algún extraño se siente con el derecho de exigirte que sonrías. “La vida sigue”, dicen generalmente los adultos mayores. Quizá sus intenciones son buenas, pero difícilmente va a ser el día o el momento para prestarle atención sin que nos explote la cabeza.

Incluso desde niños es común escuchar a nuestros papás reprendernos por no sonreír a la gente “no seas mal educada, payasita”, me decía mi papá molesto cuando no saludaba a mis compañeritos de la escuela. La verdad es que no me caían bien y no tenía ninguna responsabilidad de demostrar lo contrario. Hasta la fecha prefiero parecer “payasita” a que vayan a malinterpretar mi amabilidad con algún tipo de simpatía que no existe.

Es cierto que estudios recientes prueban que la sonrisa, cuando no es natural, es una manera de demostrarle a los demás que somos inofensivos. La hipocresía de la supervivencia, pues. La verdad prefiero que crean que soy una amenaza (cosa difícil considerando que mido 1.63mts) a tener que fingir una sonrisa. Crecí con papás políticos, así que aprendí a identificar sonrisas falsas a una edad temprana. Y a utilizarlas también.

Es casi imposible saber lo que se esconde detrás de una sonrisa falsa. Y si ya de por sí me es difícil confiar en las personas, me es más difícil aún confiar en alguien que sonríe sin razón. Generalmente los sentimientos que se ocultan detrás son negativos.
Parecería que la autodestrucción es la cualidad que define al humano.

Sin embargo, esos días en que la sonrisa llega natural y todo parece brillar alrededor, me gusta compartirla. Me gusta ver a los niños y a los ancianos reírse cuando nadie más los ve. Me gustan las sonrisas estúpidas de las parejas que se están enamorando. Me gustan las sonrisas de los papás al ver a sus hijos crecer. Esas sonrisas tan genuinas y tan en peligro de extinción.

Tristemente nuestra sociedad se encarga de destruir todo lo que podemos disfrutar naturalmente y lo convierte en un arma que ataca principalmente a las personas que la conforman. Parecería que la autodestrucción es la cualidad que define al humano. Como dijo Bukowski: “Encuentra lo que amas y deja que te mate". Y somos buenísimos haciéndolo.

Pero no todo es apatía una vez que aprendemos a identificar las diferencias. Simplemente los días tristes es más difícil ver el brillo, pero no significa que no esté allí o que no vaya a estar mañana. Lo importante es respetar lo que sentimos y ser honestos con nosotros mismos. Si no, hasta la sonrisa más pura pierde toda su intención.

Impreso en: La Crónica de Hoy

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