A veces hay que despegar los pies de la tierra

by - 15:13

blog de estilo

“El producto más peligroso de cualquier sociedad es un hombre que no tiene nada que perder”. 
—James Baldwin.

Debería ser momento de que en las empresas y en la sociedad en general las personas comenzaran al menos a cuestionarse por qué las acciones no están generando los resultados esperados, por el contrario, tienden a resultar en caos e inconformidad. Es tiempo de dejar de asumir que es nuestra responsabilidad adaptarnos a nuestro entorno, cuando este sólo logra privarnos de la motivación para adaptar nuestro entorno no sólo a nosotros, sino a una mejora y un cambio que dé resultados realmente funcionales.

El problema no es en sí la falta de interés, el interés está. El problema es que no definimos metas, no somos objetivos y, especialmente, no proponemos. A pesar de ello, vivimos con la idea de que tenemos la autoridad de manifestar el hecho de percatarnos de las fallas en el sistema, como si no las estuviéramos alimentando. La aceptación es el primer paso, así que debemos aceptar que somos parte del problema nos guste o no. La buena noticia es que estamos a tiempo de decidir ser parte de la solución.

Casi el 90% de la población global muere habiendo estado inconforme con su vida. Si todos estamos molestos con nuestro entorno, ¿por qué hemos de adaptarnos a él, entonces? ¿Por qué no romper el tabú y dejar de llamarle “rebeldía” a las nuevas propuestas de organización social?

A las nuevas generaciones, por ejemplo, les es menos atractivo el sedentarismo y han desarrollado cierta repulsión hacia la rutina. Esto se debe a que el mundo debe moverse para avanzar. La tecnología y los medios de comunicación dieron más de un giro entero en los últimos dos años. Pretender que debemos actuar de la misma manera en que lo hacían las sociedades de hace dos siglos es ridículo. Los que tienen el control ahora están aterrados, por ello nos someten a protocolos que, en el fondo, son para recordarnos cuál es nuestro lugar y que en él la libertad no cabe. Dígase uniformes, discursos protocolarios, horarios fijos o pautas de comportamiento. Me he demostrado a mí misma que la calidad de mi trabajo mejora cuando se me da libertad de proponer, pues estoy dispuesta a aprender y mejorar. ¿De verdad necesitan tenernos atados hasta el cuello? ¿A qué le tienen tanto miedo? ¿Quién les hizo tanto daño?

Esta situación crea una eterna guerra contra nosotros mismos y nuestro miedo al cambio y nuestra cultura, que nos dice que hay que tener los pies bien puestos sobre la tierra. Es más, deben estar bien pegados y que no se vayan a mover, que luego hay consecuencias. Volar a un lugar nuevo y proponer un estilo de vida alternativo, por ejemplo. Qué horror.

El 2014 fue el año que ha registrado más profesionistas desempleados. Las generaciones de profesionistas pasadas se sorprenden y se preguntan lo que cambió. Lo que no entienden es que para la mayoría de nosotros, la idea de entrar en un círculo rutinario que sólo prometa un servicio de salud y un salario fijo no es sinónimo de bienestar o seguridad.

Son tiempos nuevos y sabemos que hay más por hacer que ponerse camisas apretadas, corbatas y someterse a los de arriba para alcanzar a tener una vida promedio. La realidad es que las personas mediocres se están extinguiendo y el sistema está cambiando. Lo cual es bueno para todos, excepto para los que se beneficiaban de ello: los burócratas. ¿Y qué creen? Ya no les tenemos miedo.

Necesitamos proponer maneras de funcionar en sociedad sin tener que sacrificar nuestra libertad. 

Sintiéndome así, hace unos días le pregunté a un amigo la diferencia entre estar en tus veintes y estar en tus treintas, pues no descarto la idea de que quizá mi formación está en proceso aún y estoy luchando contra la inevitable conversión en robot humanoide por la que tengo que pasar para no morir de hambre. Quería saber si con los años el sistema termina por aplastarte, porque muchos adultos me han amenazado con ello. Sin embargo, mi amigo me contó cómo él es libre y todo es cuestión de prioridades. Me sentí bien de saber que es probable que a los treinta no me muera de vergüenza de haber tenido 25, como me pasa ahora cuando recuerdo mi temprana adolescencia.

Aun así, la contrariedad persiste, pues no hemos logrado definir cuáles son los problemas específicos que deben ser erradicados. Es increíble que a estas alturas de la humanidad sigamos combatiendo el racismo, el abuso de poder, el patriarcado, la discriminación y la violencia. ¿Dónde está el progreso? Es que estoy chaparrita y los conservadores no me dejan ver.

Necesitamos proponer maneras de funcionar en sociedad sin tener que sacrificar nuestra libertad. Aumentar los niveles de calidad en nuestras acciones y tomar riesgos, en lugar de cometer los mismos errores una y otra vez a pesar de que ya sabemos cuáles son los resultados. Que se limiten los recursos, pero nunca las ideas.

Mi propuesta empieza por aprender a aceptar que de hecho hay un problema, escuchar opiniones e identificar situaciones de riesgo. Porque somos más fuertes que ellos y ya que el mundo se está acabando, nos estamos convirtiendo en ese hombre que no tiene nada que perder.

Impreso en: La Crónica de Hoy

You May Also Like

0 comentarios