Si te quieres, déjate ir

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Tendemos a llamarle libertad a la sensación de comodidad que nos brinda nuestra rutina diaria porque el sistema nos educó para crecer siguiendo un patrón de ideas y opiniones previamente estructuradas con la finalidad de que a su determinado tiempo las descubramos y pensemos que fueron creadas en nuestra mente.

A estas alturas, ellos saben que a México como al Roma de Juvenal: Panem et circenses. Se alimenta y se aplaude la ignorancia, pues saben que la única manera de mantener al pueblo andando para su conveniencia propia es abusando del populismo al que lo someten para ganar poder político. Lo que no saben es que tanto metafóricamente, como en la vida real, se les agota el combustible.

Sin querer hemos venido a caer en un constante estado de adormecimiento en el que cumplimos con las normas que alguien, hace mucho tiempo atrás, estableció para nosotros. Quizá inicialmente se trataba de conservar la calma entre aquellos que no se sentían capaces de hacerlo por sí mismos. Qué lástima que el fuerte terminó por condenar al débil a su custodia, poniéndolo a su disposición en busca de su beneficio propio y no del bien común.

Qué lástima que nos convenzan tan fácilmente de que somos débiles. Si abrimos un poco los ojos, podemos ver cómo en todas las instituciones abunda un sutil miedo que nos controla y nos acorrala hasta convencernos de que formar parte de ello fue nuestra elección. Tenemos un trabajo, aseguramos una vivienda, cumplimos con normas sociales que en este punto no tienen nada que ver con la estabilidad social o humana. ¿Por qué? Porque tenemos miedo de averiguar qué pasaría si un día decidiéramos no hacerlo.

Nos escupen nuestra dichosa libertad desde el balcón del piso más alto en el edificio de la sociedad funcional.

Se nos ha educado con diversos miedos disfrazados y se han alimentado con justificaciones cada vez más quiméricas. Nos roban, explotan y manipulan mientras Dios nos señala desde arriba con un huesudo dedo que indica que deberíamos estar arrepentidos desde el momento en el que nacemos porque existir nos hace culpables de acciones que aún no cometemos pero que, según el manual, cometeremos en algún punto.

Hemos visto y experimentado como sociedad las fallas en el sistema. Son obvias y ponen en evidencia su estructura obsoleta y su urgente necesidad de actualización. Lo vemos en los más de 36 millones de mexicanos sin hogar y en los 4.79 millones de analfabetas mayores de 15 años, por ejemplo. Y aun así parecería que la venda con la que se cubren los ojos del pueblo está más apretada que los skinny jeans de Kim Kardashian.

Así nos escupen nuestra dichosa libertad desde el balcón del piso más alto en el edificio de la sociedad funcional. Pero no importa, porque ya casi es domingo de comer barbacoa, ver La Voz México e ir a pedir perdón.

La solución radica en permitirnos despertar. Quizá no estamos listos como sociedad para funcionar por nuestros propios medios, pero siempre se puede comenzar desde abajo (como Oprah, no como Drake) y acatar nuestra responsabilidad de educarnos y aprender que la libertad va más allá de tener una tele nueva en la sala de la casa.

Publicado en: Omnia Noticias

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