Se parece tanto al amor

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blog de estilo

Crecí con las dos palabras de mis abuelitas: “no odies”. Y ha sido un consejo difícil de seguir para mí, a pesar de que lo intento. No sé si la palabra “odio” realmente sea tan fuerte en estos tiempos en los que la usamos como sí fuera una servilleta desechable. Odiamos nuestra escuela, odiamos nuestros trabajos, odiamos a nuestros vecinos, ¿la señora de los tacos? Uff. Hemos creado una cultura de “odio” al que yo más bien me referiría como “falsa indiferencia”, basta con ver la seriedad con que la gente se toma las tragedias estos días. Es básicamente nula y está destruyendo a nuestra sociedad más rápido de lo que demuestra estar preparada para sobrellevar. Culpo a los selfie sticks y los videos virales.

En la búsqueda que tenemos las personas por sobresalir, hemos desarrollado una apatía ante las acciones de los demás, si es que se atreven a no involucrarnos. Todo tiene un nombre que quiere ser importante. Y no importa cuántas veces lo hayan hecho los Simpsons antes que nosotros, no nos vamos a rendir. Sin embargo, en el proceso muchas veces nos cansamos y nos convertimos en una especie de zombies apáticos que andan por ahí criticando todo lo que no logramos hacer. Mordiendo y comiéndonos el cerebro de los demás hasta convertirlos en zombies también. Escondemos nuestros propios problemas y sentimientos al reflejarlos en alguien más. Sin darnos cuenta, desarrollamos una sensación fría y oscura que mantenemos ahí adentro, haciéndose más grande y pesada. Creamos odio.

Si fingimos odiar todo, vamos a terminar odiándolo genuinamente. ¿Por qué no mejor aceptar que nos molesta y hacer algo al respecto?

La verdad es que no podemos enterrar nuestras emociones como sí fueran el juego de ET para Atari porque tarde o temprano van a salir a la luz y destruirnos. Como el juego de ET para Atari.

Lo más adecuado sería confrontarnos a nosotros mismos en cuanto a lo que sentimos y queremos en realidad, pues es muy sencillo mentirnos. Y cuidado, porque nos convertimos en lo que fingimos ser. Si fingimos odiar todo, vamos a terminar odiándolo genuinamente. ¿Por qué no mejor aceptar que nos molesta y hacer algo al respecto? Es verdad que no podemos cambiar todo nuestro entorno a nuestro favor, pero siempre podemos intentarlo paso a paso por el bien común. Apuesto a que se sentiría como se siente cerrar la puerta después de que se van tu visita y sus amigos extra insoportables a los que nadie le pidió que invitara.

Por lo pronto, definamos bien lo que sentimos porque como dijo Taylor Swift: “Haters gonna hate, hate, hate, hate, hate, hate…”

Ugh, odio esa canción.

Impreso en: La Crónica de Hoy

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