Todavía no hay patines para todos

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blog de estilo

He pasado horas viendo ejemplos de diseños de plantillas para Currículum Vitae y tarjetas de presentación en Internet. Usualmente mis favoritos son los de los diseñadores gráficos, porque están llenos de colores, formas e ingenio. Le he dedicado tiempo al mío como un hobbie, como si se tratara de uno de esos juegos de Facebook a los que te haces adicto sin que nadie te avise. Consideré entonces la razón. Me gusta la idea de la personalización y la expresión. Me gusta la gente que sabe quién es y cómo expresarlo. Personalizar cualquier cosa conlleva un proceso de autoconocimiento y de aceptación, que es mi parte favorita.

 Cuando estaba en la secundaria, por ejemplo, decidí romper la pantalonera de mi uniforme deportivo y agregarle broches, pines y botones por todos lados. Mis cuadernos estaban forrados con collages de revistas, generalmente con letras de mis bandas favoritas e imágenes irónicas de situaciones sociales que, probablemente, había visto en el blog de algún artista independiente en Deviantart.

 En la preparatoria junté una hoja con firmas para que no nos obligaran a utilizar la misma chamarra porque todos seríamos como robots. ¿Íbamos a expresarnos por medio de nuestras mochilas y converses sucios nada más? ¿Qué éramos, animales? El caso es que algunas personas tenemos una fuerte necesidad de expresarnos. A veces y muy a menudo ni si quiera sabemos qué es exactamente, pero lo sentimos en el pecho anhelando salir y gritarle al mundo que existe. Y en el proceso nos convertimos en un montón de personas y vivimos un montón de vidas, de los cuales algunas cosas se adaptan a nuestro perfil y otras se quedan allá, en el olvido.

Si lográramos aceptar la diferencia entre ideas y maneras de expresarlas, nuestra sociedad funcionaría.

 Todos hemos pasado por diversas etapas a lo largo de nuestra vida. Desde niños cuando jugamos a ser grandes, cuando dibujamos situaciones u objetos. Cuando somos “punks”, “rockeros”, “emos” “fresas”, “cheros”, “cholos”, “hipsters” o “personas que odian las etiquetas”. Ah, esas etiquetas. Las tribus urbanas se basan en esto. La sociedad le pone un nombre a los grupos de personas que expresan situaciones similares a través de acciones similares, pues los humanos tendemos a buscar personas que expresan lo mismo que nosotros en la búsqueda de ese quién sabe qué y compartir ideas e inquietudes para complementarnos e identificarnos.

En el proceso existen cambios y de vez en cuando los intereses y la necesidad de expresarlos toman rumbos diferentes y, a pesar de que nos es difícil entenderlo, son necesarios para integrarnos. De hecho, si lográramos aceptar la diferencia entre ideas y maneras de expresarlas, nuestra sociedad funcionaría. Tristemente, las personas tendemos a rechazar todo aquello que no se ajusta a nuestras propias ideas. Estos cambios se reflejan en nuestra ropa, la música que amamos y con la cual nos identificamos, las conversaciones que sostenemos y la manera que elegimos de tomar algún camino. Sin embargo, una vez que encontramos una causa por la cual luchar o un camino específico que decidimos caminar, expresarse es sencillo. Que lo entiendan los demás, bueno, eso siempre será un proceso. Existe una situación que me resulta irracional, en la que la sociedad te indica que al crecer debes convertirte en una persona seria. Te hacen vestir de blanco y negro y convertir tu perfil en líneas rectas y sin color. Y no veo por qué deba ser así. ¿Quién decidió que es necesario un uniforme para mantener el orden? Y más importante, ¿por qué? Ningún dibujo sobre la piel y ninguna prenda de ropa deberían definir la capacidad de alguien. La expresión se confunde con rebeldía irracional en el mundo adulto de las generaciones pasadas. La verdad aquí es que no hay nada irracional en ello. 

Miren a su alrededor. La revolución no va a llegar por sí sola. Se los prometo.

Impreso en: La Crónica de Hoy

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