Memorias ajenas

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Cuando tenía siete años, tu abuelita me mandaba al rancho de arriba a vender quesos. Los vendía en $15 pesos, pero yo cobraba $17 y me quedaba con el cambio. Con eso me compraba unas revistas y los cómics de Kaliman que te enseñé, ¿te acuerdas? Y ya más grande, como a los nueve, empecé a comprar libritos. Una vez me robé el de los Cuentos de Grimm, porque no lo completaba. Me subía al techo de la casa y los escondía para que tus tíos no me los quitaran. Después tu tío Socorro me regalaba libros de su escuela y yo me los llevaba al cerro en el caballo. Me echaba un cigarro y me ponía a leer mientras el caballo comía y tomaba agua. A veces me sentía Macario y tenía miedo de toparme al diablo. Y cuando leí Platero y Yo me tuve que ir más lejos para que no me vieran llorar. La verdad prefería andar sólo por ahí que acompañado de pendejos. Todavía prefiero.” 

 —Mi papá, algún día de junio de 1998.

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