Ni líneas, ni tiempo.
No nos
encontramos en un mismo mundo sin tener la necesidad de cortarnos las
extremidades. Nos olvidamos de mirarnos a los ojos, y perdemos el deseo de
mirar más. Se nos pierden la cabeza y el mundo. Tan pronto como nuestros pies
tocan el suelo y se dan cuenta de que han estado flotando todo este tiempo. Y
la espera se termina para darle paso a otra historia inconclusa. El estúpido
miedo clavado en labios ajenos se encarga de atrapar silencios y envenenar con
ellos la respiración entrecortada de alguien a quien ya no podemos ver más.
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