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La última vez que estuve aquí, no se había acabado el mundo. Todos los pájaros cantaban la misma canción. Todavía me perdía en tus ojos miopes.
Pasa un año en cámara lenta. Tan lenta, que de pronto todo es más rápido de lo que el cuerpo consigue soportar. Se van personas, se quedan otras. Unas duelen y las otras también. Y eres la basura de alguien más cuando el tabaco se vuelve verde. Pero así se lo fuma, para ver si se le olvida un rato.
"¿Qué más da?", se convierte en el Hakuna Matata del que tanto alardeabas a los 15. Porque ya no eres una niña. Y el cáncer llega y te arranca la razón para demostrar que vales la pena. Se lleva al viejo, y ya no sabes a dónde mirar sin que se salgan las lágrimas a gritarle al mundo que perdiste la cabeza. Te vuelves estúpida. Vulnerable. Ya ni el café ni su boca saben a esperanza. Las manos que eran el consuelo que quedaba se convierten en expertas. Luego se vuelven el papel que usas para forjar las ideas que ya no concibes sin ayuda. Como un anciano enfermo de tanta vida. Sigues vomitando todo lo que no dejas entrar. Hasta que el estómago te grita que ya no la chingues, y te amenaza con hacerte la vida imposible. Y lo hace. ¿Y sabes qué? A ti te sigue dando igual.

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